La palabra “meditación” ya no es extraña para nadie hoy en día, de hecho se podría decir que este término casi forma parte del vocabulario popular. Muchas son las personas que quieren acercarse a la práctica meditativa, intuyendo tal vez los beneficios que ésta conlleva para la vida cotidiana del practicante.

Antes de nada, convendrá aclarar qué es la meditación. Sucede que a menudo asociamos la meditación con el hecho de reflexionar sobre alguna cuestión, con visualizar, con relajarse o incluso con “dejar la mente en blanco”.

En realidad, meditar no es ninguna de las acciones anteriores.

La meditación, dicho de una forma directa, consiste en aprender a entrenar la propia mente en el enfoque de la atención, como si se tratara de un “Gimnasio de la Atención Plena”.

Este progresivo despliegue de la atención nos abre la puerta a un conocimiento más profundo de nosotros mismos y, por tanto, a una mejor gestión de nuestro día a día, del mundo emocional, de la relación con los demás, etc.

La meditación pudiera parecer un ejercicio estéril. Tal vez uno incluso se pregunte: “¿Cuál es el beneficio de sentarse en silencio, sin más, sin hacer nada? ¿Qué puede aportarme?”. Pero lo cierto es que las neurociencias están revelando los profundos efectos que la práctica de la meditación tiene en el cerebro humano a las tan sólo 8 semanas de ejercitarse.

Cuando nos comprometemos a sentarnos y a permanecer en silencio e inmovilidad durante algunos minutos al día, en nosotros se despliega paulatinamente la dimensión llamada: Conciencia Testigo, una dimensión que nos permite ser conscientes de los contenidos de la propia mente. Y esta progresiva autoconciencia conlleva una silenciosa transformación que actúa en los mismos cimientos de la persona, actuando como un “gran motor” evolutivo del crecimiento y la expansión.

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